por Eugenio Danyans
¿Afirmó Pablo que Cristo era Dios ya antes de su Encarnación?
El apóstol Pablo, escribiendo a los Filipenses acerca del estado de Cristo antes de su encarnación, afirma en su carta que, «siendo en forma de Dios, no tuvo por usurpación ser igual a Dios». ¿Qué quiso decir exactamente con estas palabras? Según los «Testigos de Jehová», que Cristo no pretendió ser Dios, no quiso usurpar a Dios su divinidad haciéndose igual a El.
Pero un examen no prejuzgado del texto revela precisamente lo contrario. Cualquier lector que considere dicho texto sin prejuicios, descubrirá que lo que Pablo afirma es lo que leemos en la antigua versión de Valera: EL SER IGUAL A DIOS, CRISTO NO LO CONSIDERO UNA USURPACION, PORQUE YA ERA DIOS. Y esto no lo decimos nosotros: es lo que escribió el apóstol.
La versión revisada de 1960 lo pone en estas palabras:
«El.cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios, como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo.»
Esta versión relaciona el versículo 6 con el 7, haciendo de ambos un solo argumento: Cristo, siendo en forma de Dios, no se empeñó en mantener aquel sublime estado divino, rehusando entrar en su kenosis (vaciamiento), sino que se prestó voluntariamente a tal sacrificio en nuestro favor.
Pero los «Testigos de Jehová», cambiando sin escrúpulo alguno las palabras del texto original, lo traducen de la siguiente manera: «Retengan en ustedes esta actitud mental que también hubo en Cristo Jesús, quien, aunque existía en la forma de Dios, no dio consideración a un arrebatamiento, a saber, que debiera ser igual a Dios.»
¿Puede existir mayor osadía que ésta de hacer decir a un texto bíblico exactamente al revés de lo que dice? Examinemos ahora el texto original palabra por palabra, sin añadirle palabras adecuadas a algún dogma preconcebido, sino aceptando llanamente lo que dice. En Filipenses 2:6 leemos: «Os en morphe Theou uparkhon ouj arpagmon egesato to einai isa Theo.»
El análisis de estas palabras nos dará la razón por sí mismo de cada una de ellas. Veamos. En primer lugar, ¿por qué se usa esta expresión «en forma de Dios»? porque antes de venir a la tierra Cristo ya existía en su esencia divina. Nótese cuán claramente dice el texto que Jesús ERA y ES IGUAL A DIOS. Si Cristo forma parte de la Deidad era natural que existiera en forma de Dios. ¿Y qué forma tiene Dios?
En colosenses 1:15 leemos:
“Él (Cristo) es la imagen del Dios invisible”. Pablo, en 2 Corintios 4:4, afirma también que Cristo es la imagen de Dios. Y en Hebreos 1:3 se nos dice que es el “resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia”.
Quizá la idea bíblica cobra mayor significado en nuestros días, cuando la Física nos ilustra le sentido de la palabra “imagen”. Nosotros sólo percibimos los objetos que están fuera de nosotros y a cierta distancia por la imagen que se dibuja en la reinta del ojo. El objeto, repetimos, está fuera de nosotros; la imagen, dentro.
Al pensar en Dios, un Dios trascendente, ¿cómo nos lo representaríamos? ¿Cómo lo veríamos? Nuestro anhelo de que pudiera manifestarse “en nosotros” de alguna manera y pudiéramos captar su imagen, halla respuesta en el hecho glorioso de la encarnación del Verbo. Cristo, imagen de Dios ¡Y qué imagen! Emmanuel, Dios con nosotros.
El término griego “eikon”, imagen, significa: semejanza, imagen reflejada en el espejo, descripción personal, representación viva, imagen mental, concepto, arquetipo, modelo, realidad arquetípica y eterna, expresando la realidad esencial de una cosa, la real y esencial incorporación, identidad de naturaleza. Implica también la reproducción del carácter del original y una identificación de naturaleza entre los dos: la imagen y el original.
En cambio, la palabra que en griego se usa para expresar la idea de semejanza, similaridad, figura, parecer externo, es “homoioma”.
En el seno de nuestra raza humana Cristo viene a ser “la imagen” visible del Dios invisible, el revelador por excelencia de Aquél a quien los hombres habían buscado palpando sin llegar a conocerle. No es de extrañar que Jesús dijera al desconcertado Felipe: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
«UPARKHON». - Existiendo, preexistiendo, subsistiendo. Es el participio presente del verbo «uparkho», un participio activo en el que la noción del tiempo no interviene.
Y aunque, en efecto, en su sentido primario quiere decir «comenzar o «empezar, aquí adquiere un significado secundario, pues el uso del participio presente indica continuidad perpetua, expresando la idea de «ser o existir, o sea: «SIENDO O EXISTIENDO EN ESENCIA Y EN MANIFESTACION DE DIOS», sin ninguna idea de empezar o terminar, ya que si se quisiera señalar que tuvo principio, se hubiera usado el pretérito o aoristo griego.
Literalmente, pues: existo, estoy presente, soy desde el principio tal esencia por naturaleza, como en Hechos 17:24: «El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo (UP ARKHON) Señor del cielo y de la tierra.»
De hecho esta expresión de Filipenses 2:6 es el equivalente del «kai Theos en ho Logos», «y Dios era el Verbo», de Juan 1:1, donde «era», «en», también implica continuidad, sin principio ni fin. Pablo aquí está hablando como «un momento» de la eternidad, Y nos dice que en el momento de llevar a cabo la redención y su humillación, Cristo no quiso mantener la externa manifestación majestuosa del Dios del Sinaí, sino que en vez de retener su posición -no su naturaleza- se desprendió de ella. Así, «os en morphe Theou uparkhon», quiere decir: «SIENDO ESENCIALMENTE Y MANIFIESTAMENTE DIOS.»
«MORPHE». - Todo gira alrededor de esta palabra Y de su significado, palabra que se traduce «forma», pero cuyo uso aquí tiene un sentido más amplio. Según Thayer en su Léxico del Nuevo Testamento Griego-Inglés, significa: «la forma por la cual una persona o cosa afecta la visión óptica; es decir, la apariencia externa de dicha persona o cosa». Esto es cierto. Pero no agota toda la interpretación.
Porque en griego el vocablo «morphe» no significa solamente el parecido externo de una cosa, sino que dicho término indica también la naturaleza o el carácter que describe o presenta el ser a quien pertenece dicha apariencia; es decir: la esencia de la vida interior de la apariencia externa de esa misma cosa, lo que hace que un objeto tenga su esencia específica «húle»: «morphe», de donde procede la palabra «Hilemorphismo»).
Por lo tanto, siendo la palabra «forma» en griego equivalente a «naturaleza», se usaba en el sentido de expresar una realidad interna, y de ahí que, sinónimamente, los padres de la Iglesia identificaban «morphe» con el vocablo «ousia», término que también significa «esencia».
De todo esto se saca en claro que Cristo es Dios porque El existía eternamente en su forma de Dios. Su existencia en la forma divina es el hecho que prueba que El era y es la Deidad misma por esencia y naturaleza, por cuanto literalmente la expresión griega «morphe», «forma», en la pluma de Pablo, tiene el sentido de «esencia en manifestación», lo que es algo; por esto quiere decir: «ver a Dios manifestado en Cristo en la carne», indicando su uso aquí que ambos eran verdaderamente iguales en esencia y en manifestación, es decir, que CRISTO ERA DIOS VERDADERAMENTE Y MANIFIESTAMENTE.
Por ejemplo: sabemos que cualquier artículo se nombra según su forma. Especificando un poco más: un reloj es un reloj porque tiene la forma estructural de un reloj. El mismo material pudo ser empleado para formar otro objeto. Si éste hubiese sido el caso, la forma hubiera sido otro objeto y no un reloj; por lo que cuando se afirma que una cosa tiene la forma de cierto objeto, se afirma que es el objeto mismo.
En consecuencia, pues, cuando Pablo afirma que Cristo estaba en la forma de Dios, afirma, sin dar lugar a duda alguna, que El era y es Dios. En efecto: si al decir que Cristo tomó «forma (MORPHE) de siervo, hecho semejante a los hombres'!> (Filipenses 2:7), se quiere indicar que Jesús era realmente siervo y verdadero hombre, entonces también la expresión «forma» (MORPHE) de Dios» equivale, de la misma manera, a declarar que Cristo es Dios.
Por lo tanto, cuando el gran apóstol de los gentiles enseña que Cristo Jesús existió en la forma de Dios, la idea de deidad está implícita intrínsecamente en el término «morphe», porque observamos que «la forma de una cosa es el modo en que se revela, y eso está determinado por su naturaleza». Hace muchos siglos que Juan Crisóstomo, uno de los padres de la Iglesia, dijo que «no es posible ser de una esencia y tener la forma de otra persona u objeto». Cristo existió en la forma de Dios porque El es Dios; Pablo está afirmando, pues, claramente que Jesús era y es el igual de Dios.
«ARP AGMON». - Una cosa retenida con avaricia y ansia, con rapiña, de que se aproveche con celo y avidez. Algo que se ha robado injustamente o la acción de arrebatar con rapiña una cosa, robar algo ajeno por la fuerza (Mateo 11:23; 13:19). Es decir: que el ser igual a Dios no lo consideró un robo o una usurpación.
¿Y por qué Cristo no tuvo por usurpación ser igual a Dios? Pues por la sencilla razón de que El no usurpaba nada de Dios. Todo lo que tenía y tiene Dios lo tiene Cristo, porque El es Dios. Sí, efectivamente: Cristo es divino. No era un ángel ni un hombre que aprovechándose de las circunstancias pretendió ser Dios, engañando a los hombres y usurpando a Dios su divinidad. Por tanto, este hecho de ser igual a Dios no lo consideró como cosa que debía de «retener» o «aferrarse a ella», no era un robo, un acto de rapiña lo que hacía, porque El era y es en verdad como una de las Personas de la Trinidad.
Literalmente la idea teológica de Pablo es que Cristo, «teniendo la naturaleza de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse en su posición de Deidad majestuosa, no lo consideró como una presa arrebatada, no fue por usurpación, sino por esencia, el ser igual a Dios». Tal vez la estructura gramatical del texto permitiera traducirlo mejor así: «EL CUAL, SUBSISTIENDO EN LA ESENCIA DE DIOS, NO SE AFERRO AL SER IGUAL A DIOS; NO QUISO RETENERSE A RECIBIR LOS HONORES PROPIOS DE SU DIVINIDAD EN BENEFICIO PROPIO.»
«EKENOSEN». - Ahora bien: leemos en el versículo 7 que Cristo «se anonadó», «se humilló», «se vació», «se despojó», «se desprendió», «se negó a sí mismo» (la expresión original griega es: «euaton ekénosen»). O sea, que en su humillación o anonadamiento, Cristo no quiso conservar su igualdad divina, sino que se despojó de ella y asumió la forma humilde de un siervo.
En efecto, nosotros preguntamos: ¿De qué se anonadó? ¿Por qué lo hizo Jesús? Pues precisamente porque era divino. De lo contrario, ¿de qué se vaciaba? ¿De qué se despojaba? Es evidente, pues, que su humillación presuponía desprenderse de su gloria, dignidad y grandeza que tenía antes de su encarnación. ¿No es verdad que si el Señor hubiese sido una criatura creada, ángel u hombre, no hubiera tenido que anonadarse' a sí mismo ni le habría sido necesario desprenderse de nada? Pero, en cambio, sí necesitaba hacerlo el Ser divino que iba a aparecer entre los hombres como un ser humano.
Por otra parte, si Cristo no hubiese sido infinitamente más que un ser creado, no hubiera sido un acto de renunciamiento haber llegado a ser siervo, porque según la falsa doctrina russellista, El ya lo era. Nunca podría haber surgido de semejante condición. El más elevado ángel del cielo, no sólo no puede abajarse hasta llegar a ser siervo, sino que ya es un servidor y no puede llegar a ser otra cosa. Sin embargo, el hecho de que el Señor Jesús se humillara a Sí mismo, y hasta la muerte de cruz, es prueba evidente y positiva de que El no es un ser creado; de que no es un mero hombre, sino Dios sobre todas las cosas, bendito para siempre (Romanos 9:5).
Pero, aun en SU maravillosa humillación, El no renunció a sus atributos gloriosos como Persona Divina: El los escondió debajo de su vestidura humana y los exhibió cuando la ocasión lo demandó.
El lenguaje divino de Cristo
Es cierto que algunas veces Jesús expresó limitaciones de carácter humano, como cuando dijo: «El Padre mayor es que yo» (Juan 14:28); o bien: «Del día ni la hora nadie lo sabe; ni aun el Hijo, sino el Padre (Mateo 24:36), o cuando exclamó en Getsemaní: «Si es posible pase de mí este vaso»; y en la cruz: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?» Pero todos comprendemos que Jesús estaba hablando desde un punto de vista humano (durante su temporal kenosis voluntariamente asumida por amor a nosotros), pero no porque El no poseyera, como Verbo divino, la omnipotencia, la omnipresencia y la omnisciencia, aun durante su temporaria manifestación carnal.
Así, leemos aun en los mismos sinópticos (donde algunos piensan hallar menos pruebas de la divinidad de Cristo que en el Evangelio de Juan) frases tan eminentemente divinas como: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mate o 18:20). No «yo estaré», sino «estoy», en tiempo presente. ¡Qué extraña debería sonar esta palabra a oídos de sus primeros discípulos!; pero nosotros comprendemos bien su profundísimo significado. También leemos en Juan 2:25 «y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues El sabía lo que había en el hombre.»
La conversación de Jesús con Nicodemo está repleta de autoridad, majestad y omnisciencia divina. Basta con notar la declaración: «De cierto de cierto te digo que lo que sabemos (plural que nos recuerda el de Génesis 1:26) hablamos, y lo que hemos visto testificamos Y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Nadie subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo» . Ciertamente, Jesús hizo claras alusiones a su omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia mientras estuvo aquí en la tierra, y varias veces las reveló ante los hombres.
El texto de Miqueas 5:2, que consideramos en el cap. XXII de este libro, nos aclara mucho el profundo significado de esta declaración paulina. Parece que el Verbo revelador de la divinidad invisible había hecho manifiesto a Dios muchas veces, desde los días de la eternidad. pero en ninguna de sus anteriores theofanías se había identificado tan profunda e intensamente con una raza creada como lo hizo en favor del hombre al tomar carne humana, haciéndose siervo el que era Señor de todo.
En todos los pocos casos de omisión del texto evangélico en manuscritos antiguos cabe siempre preguntarse si ello significa ausencia del texto en los originales, y por tanto interpolación, o bien una omisión de algún copista transmitida por los sucesivos. Tal omisión puede ser debida a un olvido involuntario, o bien voluntario, debido a ideas heréticas del copista o por parecerle demasiado misteriosa e incomprensible para los lectores el párrafo o palabra en cuestión. Es mucho más fácil, empero, la omisión involuntaria de alguna palabra o frase (y esto lo saben muy bien los actuales linotipistas que sustituyen a los pacientes escritores manuales de la antigüedad) que la interpolación, siempre voluntaria, por parte de aquellos escritores que tanto respeto tenían por los preciosos volúmenes que con veneración llamaban «Memorias de los Apóstoles:), que hasta algunos daban sus vidas para conservar tales manuscritos.